Las murallas de Cartagena fueron construidas para protegerla de los ataques piráticos, por la fama de las riquezas que atesoraba esta ciudad colonial que había despertado la codicia de las potencias rivales de España, sobre todo de Francia e Inglaterra, que, al temer batirse abiertamente con el poderío español, lo neutralizaban mediante expediciones marítimas encargadas a piratas o corsarios que atacaban por sorpresa.
Cartagena fue una de las jóvenes colonias más pretendidas, por una serie de factores que la convirtieron en el puerto principal de Tierra Firme: una bahía segura y difícil de forzar por los enemigos; estaba ubicada en el centro mismo del mar Caribe; era el punto terminal más próximo a la desembocadura del río Magdalena, única vía de penetración al Nuevo Reino de Granada y, además, estaba cercana al istmo de Panamá, vía de comunicación con el océano Pacífico. Los puertos del Pacífico tuvieron poca actividad, pues las corrientes cercanas a las costas obligaban a los navíos a navegar mar adentro, lejos de ellas. Por ello Cartagena se convirtió en el gran puerto comercial que llegó a canalizar el 97% del comercio exterior de la Nueva Granada.
A su arribo a la Bahía de Cartagena en 1533, Pedro de Heredia hizo varias incursiones para escoger el sitio de la fundación de la capital de su Gobernación, pues el poblado de Kar-ma-iri, (o Calamar como lo llamaron los españoles), adonde había llegado, aunque con la ventaja de encontrarse a las orillas de la bahía, no contaba en cambio con fuentes de agua dulce ni pastos para el ganado.
Una de esas excursiones exploratorias lo condujo por el norte hasta las tierras del río Magdalena y, según algunos cronistas, hasta los ríos Cauca y San Jorge, región en la que halló pueblos muy grandes donde obtuvo alimentos y oro en cantidades abundantes. Sin embargo, no encontró un lugar apropiado para fundar. A la misma conclusión había llegado otra expedición que envió en una carabela, con ese propósito, a Sotavento. Ningún sitio superaba la ventaja que significaba estar a la orilla de la bahía de Cartagena, que más tarde daría su nombre a la ciudad.
Regresó, pues, a Calamar, donde decidió quedarse porque había comenzado la temporada de lluvias. No obstante, el Gobernador seguiría buscando un lugar más favorable para fundar que nunca encontró, por lo que Cartagena se desarrolló a partir del poblado de Calamar, también llamado Calamarí.
El botín obtenido por Heredia durante sus correrías hasta el río Magdalena por medios pacíficos fue cuantiosísimo, pero el Gobernador quería encontrar el sitio de donde procedía ese oro. Lo halló en la región de Finzenú, gobernada por una cacica del mismo nombre que no se dignaba poner sus pies en el suelo para bajar ni subir a su hamaca sino sobre las espaldas de doncellas servidoras. En su afán por encontrar más riquezas Heredia llegó hasta Panzenú y Zenufana, en los límites con el actual departamento de Antioquia, sin éxito y a costa de muchas vidas y sufrimientos, por lo que regresó a Finzenú. Aquel sitio era el cementerio general de la comarca adonde venían a sepultar a los que morían, junto con sus bienes, bebidas y alimentos. Allí acabó de cebarse la codicia del Gobernador y olvidando su antigua política de obtener el oro por las buenas, ya no pensó sino en atesorar aunque fuese violentando a los indios. Ordenó un saqueo brutal de las tumbas en las que hallaron los españoles oro en cantidades inimaginables. Las sepulturas sinuanas ganaron por todo el Nuevo Mundo tanta o más fama que el reciente descubrimiento de las riquezas incaicas de Perú. Toda esta riqueza fue llevada a Cartagena, lo que ocasionó que un gran número de inmigrantes se presentaran en Cartagena ilegalmente, creando con ello un gravísimo problema de abastecimiento.
Esto, sumado a que Cartagena era el puerto terminal de la Armada de Tierra Firme, al cual llegaban los galeones a realizar el intercambio comercial de los productos europeos y asiáticos procedentes de la metrópoli y las riquezas representadas en plata de Potosí, oro y esmeraldas de la Nueva Granada, perlas de Venezuela y otros tesoros del sur de América, aumentó, aún más si cabe, la codicia de piratas y corsarios por la ciudad.
No es extraño pues que, ya en vida de Heredia, las potencias rivales de España iniciaran los ataques, valiéndose de piratas y corsarios para acosar al gobierno español y despojarlo de los tesoros que a su vez los españoles pillaban a los indios o que extraían con mano de obra esclava del suelo americano.
El primero fue Roberto Baal en 1544. En 1559 Cartagena volvió a caer en manos de otro pirata francés llamado Martín Cote, quien acompañado de otro sujeto al que los españoles conocían como “Don Juan” (Jean de Beautemps), atacó a la ciudad con siete navíos grandes y más de mil hombres de desembarco, llevando consigo un cuantioso botín.
A los ataques de los piratas franceses sucedieron los de los ingleses. John Hawkins en 1568 y el más destructivo del siglo XVI, perpetrado por Francis Drake, quien, bajo el patrocinio de la reina Isabel, tomó a la ciudad en 1586 y la dejó en lamentable estado de ruina.
El plano de Cartagena de Indias y su bahia, Marco Dorta Enrique, 1570.
Estos cuatro ataques no fueron los únicos que sufrió Cartagena en el siglo XVI. La capital de la provincia y todas las ciudades ribereñas del Magdalena, incluidas las que estaban bajo la jurisdicción de la vecina Santa Marta, vivieron un estado de zozobra durante todo el siglo, ya que prácticamente todos los años eran víctima de un asalto pirático francés o inglés. Estos asaltos no tuvieron la importancia de los anteriores, ya que era obra de, a lo sumo, dos o tres navíos, cuya acción duraba solamente unas pocas horas y su botín preferido eran alimentos (maíz, cerdo, carne salada) y sobre todo agua, aunque es de suponer que no despreciaban el oro y las joyas que pudiesen robar fácilmente al vecindario o a las Cajas Reales.
El ataque de Drake llenó la copa y Felipe II atendiendo a las súplicas de los cartageneros incluyó a Cartagena en el plan de fortificaciones de las colonias de América y Filipinas que encargó al ingeniero Bautista Antonelli y al maestre de campo Juan de Tejeda. Antonelli vino a Cartagena poco después de la partida de Drake e hizo unas recomendaciones para la defensa mientras trazaba el plano de sus murallas que trajo en 1595. Según esa traza, con algunas modificaciones, fueron construidas las que han llegado hasta nuestros días. Las obras fueron iniciadas por el ingeniero Cristóbal de Roda en 1614. Cartagena llegó a ser la ciudad mejor fortificada de América, lo que le mereció el apelativo de La Llave de las Indias.
La Ciudad y sus murallas, Bautista Antonelli, 1595.
Head image: Castillo De San Felipe de Barajas, Cartagena, Colombia. (Foto: Sergio Padilla, 2013)