Entrevista a Emilio Benéitez
Ciudadano del mundo, llegó a Málaga desde Quebec para abrir en 1981 el bar Emily, convirtiéndose desde entonces en un lugar emblemático de la ciudad. Entre fotografías de cine antiguo y sonidos de jazz, swing, blues y rock, se respira un ambiente acogedor que reúne a gentes de diferentes edades a través de los cuales Emilio sigue viajando sin salir de su bar.
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¿Por qué Málaga? ¿Qué es lo que más te gusta de esta ciudad?
A mí me gusta la gente de Málaga. La persona de Málaga, o el que llega a Málaga, el que se hace malagueño, tiene un carácter especial, un gusto fino y personalizado. Yo pienso más en la gente que en la propia ciudad.
¿Se siente que Málaga es una ciudad que tiene puerto?
Sí, sí, Málaga siempre ha tenido puerto. El lenguaje de Málaga es puerto, la cultura de Málaga es puerto… Lo que pasa es que se respira menos. Antes el puerto olía a brea, a sal y a azahar, porque la plaza de la Marina estaba repleta de naranjos, y había una relación magnífica entre los malagueños y su puerto.
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¿Qué se ha perdido de aquello y te gustaría recuperar?
Con el tema del turismo, hay un afán tremendo por vender, antes no se solicitaba a la gente en la calle, había alguna que otra gitanilla graciosa vendiendo romero, pero ahora los propios camareros salen a buscar clientes. Málaga se ha mercantilizado demasiado.
Me gustaría recuperar la forja que Málaga siempre ha tenido, la impronta sencilla y agradable. El ser agradable sin tener que insistir en ser gracioso. Ese concepto nuestro de “Piyayo” se ha diluido, el carácter se ha estandarizado demasiado.
Me gustaría recuperar la forja que Málaga siempre ha tenido, la impronta sencilla y agradable. El ser agradable sin tener que insistir en ser gracioso. Ese concepto nuestro de “Piyayo” se ha diluido, el carácter se ha estandarizado demasiado.
Aún así Málaga sigue teniendo un encanto especial en ese aspecto, la gente de Málaga no ufana de ser malagueño, pero está ahí, se siente.
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