Cádiz presume de ser una ciudad trimilenaria. La más antigua de Occidente, según cuentan los gaditanos con orgullo. Desde el tiempo de los fenicios, desde que construyeron el templo de Melkart en las islas Gadeiras, el mar estuvo siempre presente en la realidad y en los mitos. Allí sepultaron los restos de Hércules, según refiere el historiador Pomponio Mela, que tiene una calle al lado del Ayuntamiento, en el barrio romano del Pópulo. Cádiz fue próspero, culto y avanzado a sus tiempos cuando vivió de cara al mar, que en la ciudad siempre se ha entendido como de cara a su Puerto. Por el contrario, los periodos de decadencia y dificultades económicas se asociaron con los tiempos en que la ciudad vivió de espaldas a su Puerto.
Por ello, siempre ha sido el barómetro y la referencia. Por supuesto, vivió su mayor prosperidad en el comercio con América. Sobre todo en el siglo XVIII, cuando el traslado de la Casa de Contratación, desde Sevilla a Cádiz, permitió controlar el monopolio del comercio ultramarino. La riqueza de aquellos años fue el gran motor para construir el Cádiz moderno. Hoy no se entiende la ciudad, ni su patrimonio histórico artístico, ni su urbanismo, sin el recuerdo de aquellos años. La llegada de extranjeros, procedentes de Europa, de América y de África, asentó en Cádiz un aire de cosmopolitismo, que aún sigue presente en el espíritu de los gaditanos. Y también una nostalgia, muy particular y localista, que lleva a contemplar el mar y el Puerto con los ojos de antaño. Parece como si aún se estuviera aguardando la llegada del último bergantín, desde la Torre Tavira, o desde alguna de las más de 130 torres miradores que todavía existen en el casco antiguo.
Quienes hoy visitan Cádiz se encuentran con una ciudad sorprendente. Más allá de la Puerta de Tierra, que sería la frontera para los gaditanos más castizos, puede que Cádiz sea conocida por su Carnaval, que se mantiene muy vivo, que ha adquirido gran popularidad en los últimos años, y que ha servido de ejemplo y de imitación para otros de Andalucía y de América. Puede que incluso también por el flamenco, que arraigó singularmente en su barrio de Santa María, donde vivieron legendarias familias gitanas en las casas de vecinos y los partiditos, como se les decía en tiempos. Ese Cádiz del folklore ha inspirado una visión costumbrista (a veces también exagerada) de los gustos y aficiones.
Pero no se puede olvidar al Cádiz más culto, que está presente en su casco antiguo. Gadir de los fenicios, Gades de los romanos, Cádiz que se asienta tras la reconquista cristiana que encabezó el rey Alfonso X el Sabio. Ese Cádiz fue la sede de las aventuras americanas, de los ricos comerciantes, de ese siglo XVIII con la Casa de la Contratación. Y, por supuesto, de las Cortes, que se refugian en la ciudad y aprueban en 1812, en el Oratorio de San Felipe Neri, la primera Constitución democrática de España. Una Carta Magna que, desgraciadamente, no tuvo continuidad, pero que fue la referencia del constitucionalismo en España y en los países iberoamericanos. Preludio de un siglo XIX convulso, en el que Cádiz siempre estuvo presente en los grandes acontecimientos políticos y sociales.
Esa historia germinó el presente. También a través de un siglo XX en el que la ciudad conoció días mejores y peores. El afán de prosperidad de Cádiz volvió a coincidir con las aspiraciones de su Puerto. La reivindicación del Puerto Franco para Cádiz arraigó con mucha fuerza en la ciudad. El sector naval y portuario, con el paso de los años, fueron esenciales para el empleo de miles de gaditanos.
Hoy Cádiz quiere seguir viviendo de cara a su Puerto. Por eso, el proceso de integración cuenta con un apoyo generalizado. A los muelles llegan cruceros, en los que miles de turistas pueden admirar una ciudad con sello propio. Heredó la riqueza de otros siglos, con monumentos emblemáticos, como sus dos Catedrales. La Nueva (o de las Américas), construida en los tiempos de pujanza económica, con una torre de Poniente desde la que se contempla una vista magnífica de las azoteas y torres miradores, y con una cripta en la que descansan los restos del gran músico gaditano Manuel de Falla, junto a los del escritor José María Pemán. Y la Catedral Vieja, o parroquia de Santa Cruz, que fue el primer templo de la ciudad tras la conquista de Alfonso X el Sabio. La ciudad tiene otros templos de gran valía artística, como el Carmen (cuyas espadañas barrocas inspiraron las de catedrales americanas), Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, San Antonio, Santiago, o la Santa Cueva (con sus excelentes obras de Goya y el recuerdo del estreno musical de Las Siete Palabras, de Haydn).
En Cádiz, además de los monumentos, es agradable pasear por sus plazas y sus calles, en las que se percibe el aroma y el ambiente de otros siglos pasados. Un poco italiana y un poco americana, como la veía José María Pemán. Entre el mármol genovés y la caoba peruana, o entre el recuerdo de los monumentos a algunos de sus hijos ilustres. Con paseos evocadores que se asoman al mar, como el Parque Genovés y la Alameda. O con sus castillos de San Sebastián y Santa Catalina, así como el conjunto de sus baluartes y murallas, que deberían formar parte del Patrimonio de la Humanidad.
Además de todos esos alicientes, están los gaditanos y las gaditanas, con sus peculiaridades y su amabilidad, que no suelen dejar indiferentes. Siempre han mantenido esa nostalgia marinera. Por eso, de vez en cuando, en las grandes fiestas y regatas, se asoman al mar, que es la mejor forma de ver a Cádiz reflejándose en su espejo.
Head image: The port and the city of Cádiz. (© Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz)