Málaga presente. La recuperación de la ciudad portuaria

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A lo largo del siglo XX el automóvil había ido ganando terreno al peatón, y aquellas grandes Avenidas concebidas como amables paseos al borde del mar, quedaron, por un lado separadas y alejadas del puerto por potentes barreras que impedían cualquier visión, y por otro, con un flujo de tráfico que aumentaba a un ritmo frenético. El centro histórico de Málaga pasó a ser un lugar ruidoso y acelerado, donde el peatón apenas tenía cabida. Haciendo alarde de su mediterraneidad, el caos se había convertido en una forma de vida, las calles ya no eran calles, sino auténticas carreteras, las avenidas, autopistas… y en medio de toda aquella jauría se encontraba el ciudadano como un elemento extraño, ausente. A pesar del acelerado ritmo de los coches, del sonido del caos entre claxon y gritos, sobre la ciudad se cernía una triste sensación de soledad.

En medio de esta catástrofe urbana, de un centro histórico abandonado y deshabitado, donde los edificios se caían a pedazos,  y los comercios desaparecían de forma imparable, la ciudad, que yacía aletargada, incapaz, despertó, y en poco más de una década las calles volvieron a ser habitadas, el tráfico quedó eliminado de aquellas callejuelas reduciéndolo a las grandes avenidas, recuperando el enorme trasiego peatonal, las terrazas, los edificios rehabilitados con sus fachadas impolutas realzando y engalanando esas calles, cientos de comercios, tiendas, bares, restaurantes… una corriente de atracción irresistible que hace que habitantes y visitantes vivan la calle día tras día.

Paralelamente el puerto creció hacía el mar, dando cabida a los miles de cruceristas que llegan a la ciudad, la cual ha vuelto a formar parte, como tantos años atrás, de las grandes rutas marítimas. Este crecimiento permitió abrir a la ciudad los muelles más cercanos a su centro histórico los cuales han conseguido devolverle el olor, el color y el sonido de la atmósfera portuaria que un trágico día quedó encerrada tras imponentes muros.

El resultado de este resurgir ha sido una ciudad viva, portuaria, alegre y disfrutona. Entre las grandes transformaciones destaca la calle Larios que ha recuperado su majestuosidad convirtiéndose en el orgullo de todo malagueño.

En ella se concentra un ambiente de lo más variopinto donde turistas y oriundos pasean sin cesar calle arriba y calle abajo, viendo y dejándose ver. 

Extraordinario ha sido la rehabilitación de la calle Alcazabilla a la que se han sumado importantes descubrimientos arqueológicos. Una exquisita intervención en la que en tan sólo unos metros podemos atravesar, de una forma vertiginosa, toda la historia de la ciudad, desde las piscinas fenicias, al teatro romano, la Alcazaba musulmana, el Palacio de la Aduana, del XIX o el Museo Picasso ubicado en un Palacio del siglo XVI, todo esto aderezado por las más típicas tabernas, los jardines de Ibn Gabirol, bajo el cielo despejado que caracteriza la ciudad.

Pero sin duda, la ovación más absoluta ha sido para el puerto. Cuando ya no quedaba apenas resquicios de su condición portuaria, cuando sus habitantes no recordaban lo que aquellos muros protegían, el puerto vuelve a la ciudad convertido en muelles de actividad urbana bajo el sonido de mástiles, sirenas y gaviotas, el olor del salitre, el barniz y el pescaito frito. Los ciudadanos han bajado hasta el puerto, han ocupado aquellos muelles, se han sentado a contemplar los barcos como si aquello siempre hubiera formado parte de sus vidas cotidianas, olvidando que tal día como ayer todo aquello era inviable.

Y es que con muros o sin ellos, el puerto siempre estuvo ahí.

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Calle Larios antes y después de la rehabilitación.

Calle Larios antes y después de la rehabilitación.

Puerta del Mar.

Muelle 2.

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