Málaga pasado. La vocación portuaria de la ciudad

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Málaga es una de esas ciudades portuarias mediterráneas donde prevalece el olor a mar, el graznido de las gaviotas, el trasiego incesante de gentes de muy distintos orígenes, donde el azul intenso de su cielo despejado invita al paseo, al callejeo… y es en medio de ese ajetreo, de ese bullicio, bajo el sonido mestizo de las campanas de las iglesias y las sirenas de los barcos, donde el tiempo se detiene y la historia se refleja en rincones de su cotidianidad.

Fue precisamente el mar, a través de las diversas civilizaciones de navegantes, el que la ha generado y la ha transformado a lo largo de su historia, dejando su huella en la ciudad, capa sobre capa, como si de un auténtico palimpsesto se tratara. Un conjunto de culturas superpuestas que componen un paisaje único, forjando un lugar plural y polivalente donde coexisten, en un mismo espacio, ambientes de distintas épocas.

Y es que en esta ciudad han vivido y convivido hombres de los más diversos pueblos, razas y culturas, y cada uno le ha dado al puerto un papel trascendental en la vida de su ciudad, quedando grabado en su trama histórica, en la morfología de sus calles, en el ambiente de las mismas, engrandeciendo todos el alma de esta ciudad portuaria.

La mayor parte de su existencia, Málaga ha sido una ciudad amurallada, sin embargo esto no supuso una separación del mar y su puerto, sino que en esta ciudad de estrechas callejuelas, sabiamente retorcidas protegiéndose del sol, en ese amasijo confuso donde las casas son calles y las calles casas, las puertas de aquella muralla se convertían en auténticas plazas al borde del mar, plazas a un lado y a otro de la muralla, plazas donde se concentraba la vida de la ciudad. La muralla no hacía más que proteger y agrupar la actividad en estos lugares donde el puerto se hacía plaza y se hacía mar.

El corazón de la ciudad fue sin duda la actual Plaza de la Constitución, situada junto al inicial puerto fenicio. A medida que los aportes de arena del rio iban avanzando la línea de costa, el puerto se desplazaba hacia el mar alejándose de dicha plaza. La ciudad ocupaba paulatinamente los terrenos ganados extendiendo su tejido de estrechas callejuelas, mientras la plaza se distanciaba de su puerto. Fue esta, la búsqueda de la conexión de la plaza con la puerta principal del puerto en cada época, la causa principal del trazado de vías rectilíneas que se convirtieron en los grandes ejes comerciales de la ciudad. La primera en trazarse fue la calle Nueva y posteriormente la calle Larios, cada una acorde a su época pero ambas conservando el gran trasiego que las originó.

A extramuros, junto al puerto, fueron surgiendo paseos de diferente índoles, uno de dudosa reputación, junto a la famosa isla de Arriarán, con sus tabernas y ambiente promiscuo y marinero, otro más recatado, cercano a la Catedral, donde clérigos y militares paseaban junto a gentes de bien que acudían atraídos por la amenidad del lugar. Tras la caída de la muralla, estos paseos se tornaron de grandeza constituyendo la Alameda Principal, con su magnífica arboleda, y Cortina del Muelle, quedando la muralla sustituida por edificaciones de solemnes fachadas que componían el frente marítimo de la ciudad. Pero como en tantas otras ciudades portuarias, la industria no trajo sólo prosperidad sino que supuso el alejamiento de la ciudad y el mar separados no sólo por muros y vías sino por todo un área portuaria autónoma e independiente.

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Esquema de articulación de la ciudad puerto.

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