Resulta incuestionable la enorme importancia que, a lo largo de la historia, los cauces fluviales han tenido en la localización y desarrollo de los asentamientos humanos. Así, en tanto nos hacíamos más sedentarios, estos enclaves a la vera de ríos, lagos, rías y mares iban adquiriendo un mayor protagonismo.
En un principio, la simple presencia del agua. Más adelante, la necesidad de estas arterias, de estos brazos de agua que se abren paso entre la tierra, para el transporte de mercancías entre núcleos cada vez más poblados, de gentes y… de necesidades. Ciudades que emergen y se congregan en torno a aquellos cauces más caudalosos y de mayor calado o profundidad. La navegabilidad. Es elevadísimo el porcentaje de actuales megápolis que se sitúan a orillas de un gran río, ocupando uno o los dos márgenes del mismo.
Sin ser tan grande, excepto en altanería, también Bilbao responde a este modelo de desarrollo. Basta con constatar como más del 50% de la población de Bizkaia, el territorio histórico más poblado de Euskal Herria, se concentra en los márgenes de la confluencia entre un pequeño río, el Nervión, y una lengua de mar que se aventura tierra adentro a toque de mareas, la ría de Ibaizabal.
La ría de Bilbao, o simplemente la Ría (con mayúscula). Un brazo de agua capital para el desarrollo de la Villa (el pequeño “Botxo”) y de toda su comarca. Y es aquí, en un corto tramo de esta amalgama de aguas dulces y saladas, donde se sitúa este pequeño barrio de La Ribera. Un barrio que, a día de hoy, vive en una encrucijada, atrapado entre los dos extremos del tiempo: pasado y futuro.
La Ribera, el barrio reflejado en la Ría.
Sus orígenes
La actual península se asienta sobre un terreno de fangos y humedales. Una descripción de finales del s. XVII habla de una gran marisma, con muchos juncos, en donde sólo había algún que otro molino de mareas y pequeños embarcaderos.
Una vez más, la importancia del cauce fluvial juega un papel determinante en el nacimiento de La Ribera como espacio habitado. La necesidad de contener los fangos de la marisma para preservar la navegabilidad de la Ría lleva a acometer, en 1728, la construcción de muelles, siendo a raíz de ello que se levantan las primeras casas, pocas y aisladas, junto a pequeños talleres y almacenes. Ya en la segunda mitad de siglo, se acometen los rellenos de la marisma y su progresiva desecación, ganando terreno para dedicarlo a huertos. La marisma se va transformando en vega y las gentes empiezan a poblar gradualmente la zona, creando un nuevo barrio en el seno de la anteiglesia de Deusto. Son años de progresivo aumento en la actividad de la Ría, y es por este muelle por donde transcurrirá el conocido como “camino de sirga”.
Para mediados del s. XIX, La Ribera es ya el barrio más populoso de la anteiglesia con unos 350 habitantes. En esa época, atendiendo a las palabras de Juan Belmás, periodista y escritor bilbaíno de aquel entonces, “abundan en la zona los almacenes de efectos para los buques; pequeñas tiendas de comestibles, telas y otros artículos; pequeños astilleros y talleres de reparación… El vecindario se mantiene ocupado en preparar velas, estopa para la jarcia, pipas para la aguada, remos y otros enseres para la marinería; en la carga y descarga de las mercaderías de las naves; en su transporte por medio de pinazas y de gabarras a Bilbao o a sus bordos, y en el arte de carpintería de ribera, de galafatería y de ferrería (…) De su seno salen también excelentes contramaestres, pilotos, marineros y gente dispuesta a todas las faenas del mar”.
La industrialización
En las postrimerías del s. XIX, el barrio vive una suerte de primera industrialización con la instalación de fábricas de anclas, ferrerías navales, cordelerías, velerías y los más variados establecimientos de suministros navales. El astillero GARLI y la Ferrería Naval CORTADI son algunos ejemplos destacados.
Esta primera industrialización, conlleva también la paulatina desaparición de las cargueras y sirgueras, que se van quedando sin trabajo al igual que los gabarreros. Y así, aunque subsisten un nutrido grupo de comercios o tiendas de suministro de comestibles, artilugios para la marinería, toneles y barricas, junto a boteros, carpinteros de ribera y agricultores (sobre todo higos, tomates y lechugas), con la aparición de los primeros grandes talleres aumenta progresivamente el número de empleados o asalariados (o jornaleros, como se les denominaba en la época al estar sujetos a jornal). Y también se instalan en la zona algunos industriales y miembros de una incipiente burguesía.
La entrada en el s. XX no hace sino acelerar una industrialización que, con la salvedad de los años de la guerra española, se mantiene en auge hasta la llegada de los años 70. De esta época son talleres y empresas como Artiach, Lantero, El Añil, la Coromina Industrial, la Compañía Nacional del Oxígeno, NIFE o Vicinay Cadenas, instaladas antes del inicio de los trabajos de apertura del Canal, y Consonni, Cromoduro, Relax, Tarabusi o Mefesa-Metalduro, que lo hacen mientras se desarrollan dichos trabajos.
La brecha del Canal
En 1928, tres años después de la anexión a Bilbao de la anteiglesia deustuarra, se aprueba la construcción del Canal de Deusto. Tras un largo y complejo período de compra de terrenos y expropiaciones por parte del Estado, las obras arrancarán en 1950. Las expropiaciones afectan principalmente al núcleo residencial y, además de algunos caseríos aislados, desaparecen por completo barrios como Etxezuri y Euskalduna, mermando considerablemente la población del lugar.
El Canal se inaugura en 1968 sin llegar a concluirse, quedando en dársena. Es así como el barrio, desgajado casi por completo de Deusto, su hábitat natural, adquiere la actual configuración de península. Sus habitantes se ven confinados entre dos cauces de agua, pero un muro de hormigón coronado por una espinosa alambrada se alza de extremo a extremo del nuevo cauce, ocultando su visión y vetando su disfrute a los lugareños.
Zorrotzaurre. Construcción del Canal de Deusto, 1960.
Aunque en principio alberga una importante actividad de carga y descarga, en apenas dos décadas quedará con una actividad casi residual tras las sucesivas crisis industriales y el desarrollo del puerto exterior.
Para su población, la brecha abierta deviene en profunda herida. La Ribera languidece y, al menos en cuanto barrio residencial, comienza una época de clara regresión.
El declive y la obsolescencia programada
Como consecuencia del aislamiento físico resultante, se inicia una degradación de las condiciones de vida, así que al exilio anteriormente mencionado (expropiaciones, etc.) le sigue un goteo constante de fugas, tanto de residentes como de comercios.
El embarcadero.
Si al inicio de las obras la población de La Ribera llegó a rondar las 3.000 personas censadas, a duras penas se alcanzan las 800 a su finalización. Después, el goteo continúa hasta bien entrados los 90 en que se logra amortiguar, consolidándose un núcleo poblacional de en torno a las 450 personas que persiste hasta nuestros días. Así mismo, de contar con 4 panaderías, 3 tiendas de ultramarinos y un economato, 2 ó 3 fruterías, 2 zapaterías, peluquería y barbería, farmacia y droguería, una oficina de la Caja de Ahorros y unos 15 bares en servicio a principios de los 70, se pasa a la situación actual, sin otro comercio de cercanía que los 4 bares que quedan en activo.
Tras la gran riada de 1983 y el posterior cierre de los astilleros “Euskalduna”, se agudiza la crisis de un sector industrial que ya venía levemente resentido de la crisis del 73 (denominada “del petróleo”). La primera, supone el punto final a la estancia de “Artiach” en La Ribera, y con el segundo comienza un desfile de empresas que se trasladan y pequeños talleres que cierran sus puertas.
No obstante, la actividad industrial se mantiene en un alto grado hasta que, esta última década, la propia gestión del Plan se encarga de aniquilarla. Lo cierto es que, aunque resulte una verdad incómoda, bajo este pretexto se han cerrado más fábricas y talleres en La Ribera que con todas las crisis precedentes juntas.
Erribera Bizirik.
Por otra parte, ya a principios de los 80 aparece en escena el fantasma del “plan integral”, que desaconseja cualquier tipo de intervención puntual en la zona. De este modo, las instituciones deciden aportar su granito de arena al deterioro y, mediante el abandono y la inacción, ponen en marcha sus mecanismos para una obsolescencia programada.
Mientras tanto Bilbao, como concepto global de ciudad, comienza su transformación. Se redescubre la Ría, aunque siempre estuvo ahí jugando un papel determinante y, en muchos sentidos, haciendo el trabajo “sucio”. Son años en los que se fragua el salto de la ciudad industrial a la ciudad de servicios mediante la acometida de grandes obras (el metro, el Guggenheim, el Palacio de Congresos “Euskalduna”, Abandoibarra…) y comienza a gestarse un modelo cuyo icónico horizonte, si no único, es la atracción del turismo como panacea.
Para La Ribera, por el contrario, son décadas en stand-by.
Zorrotzaurre: De la promesa de futuro al futuro como promesa
Con la llegada del nuevo siglo, el “fantasma” se encarna en el Master Plan de Zaha Hadid, presentado a bombo y platillo en octubre del año 2004. En él, aunque se preservan la mayoría de los edificios residenciales, lo que se presenta es un nuevo barrio: Zorrotzaurre. Una isla del conocimiento y la creatividad… El Manhattan bilbaíno… ¡La guinda de la espectacular y ejemplar transformación urbana de Bilbao!
Si obviamos la publicidad institucional, centrada exclusivamente en pregonar las mil bondades del proyecto y favorecer la venta del terreno, lo cierto es que el Plan aprobado concreta muy poco al margen de la edificación: más de 5.000 nuevas viviendas proyectadas. El “pequeño pueblo” se convertirá en una isla, y ésta en una mini urbe de en torno a 15.000 habitantes. La vida de los actuales vecinos se verá alterada, y no solo demográficamente. Se perderá un hábitat singular para generar un lugar que, con la excusa de “una visión global de ciudad”, apuesta decididamente por la homogeneización y sigue el modelo promovido por los gurús de la ciudad como mercancía y los amantes de las ciudades “clónicas”.
Ahora que Bilbao se vuelca hacia la Ría, La Ribera, que al igual que Olabeaga siempre la miró de frente, deberá volverle la espalda. El pretil, o “petril” como se le dice en el lugar, uno de los ejes clave en la vida del barrio, se sustituirá por un muro que no sólo impedirá la accesibilidad al cauce sino incluso su contemplación. La inundabilidad es una pobre excusa… ¿A alguien se le ocurre una actuación similar en un ámbito igualmente inundable como el Casco Viejo?
Las constantes apelaciones a la memoria no pueden ser sino mera impostura cuando se ha comenzado con el hurto del nombre. Se habla de mantener la huella del pasado industrial, pero las naves salvadas de la piqueta quedan expuestas al más absoluto de los expolios. Y estos son hechos ya consumados. Además, de momento como amenaza programada, se prevé la desaparición de todo vestigio en el muelle de la Ría (embarcaderos, norayes, faros de navegación…), borrar por completo el viejo camino de sirga mientras, sin el mínimo rigor ni vergüenza, se apela a su conservación al otro lado de un Canal que tan siquiera existía por aquel entonces…
El tránsito de La Ribera a Zorrotzaurre se prevé largo (ya lo viene siendo). Entre tanto, la gestión del “mientras tanto” se vuelca en la subvención de actividades y usos que sirven como escaparate del negocio futuro. Con todo, las carencias sobrevenidas tras décadas de abandono continúan y se acrecientan.
Aunque la transformación-renovación de los espacios siempre es necesaria, ésta debiera acometerse sin olvidar, sin dar la espalda a un pasado y un presente que nos han de servir de puente en la consolidación de la memoria. Así, si bien a menudo nos advierten de que la nostalgia puede suponer un freno al desarrollo, casi nunca se recuerda que la búsqueda de un futuro sin huellas supone su propia negación, como concepto temporal que necesita de una perspectiva histórica: no hay desarrollo sin memoria.
Zorrotzaurre está en camino y parece que (quizás) llegará algún día. Pero ésa ya será otra historia. Mientras tanto, La Ribera es ese pequeño barrio reflejado en la Ría que quiere, y que se merece, seguir mirándose en ella.
La Ribera de Deusto y el barrio reflejado en la Ría.
Head Image: Bilbao. La Ribeira de Deusto, 1930.