Impresiones e imágenes de Bilbao desde la ría

18 Gennaio, 2018

Los espacios urbanos, como la vida misma, se transforman continuamente, incluida la ría de Bilbao, el accidente geográfico y paisajístico más icónico de nuestra ciudad. De hecho, parafraseando a Heráclito, el gran presocrático, podríamos decir que nunca nos bañamos dos veces en la misma ría, justamente por eso, porque nunca es la misma. En relación con esto, otra característica de los espacios urbanos, la ría de nuevo incluida, es que son depósitos de memoria individual y colectiva, que también cambian continuamente, envuelta como se encuentra siempre la memoria en la subjetividad del yo que recuerda y en las vicisitudes históricas de la sociedad en la que ese yo se convierte en un nosotros. Si se me permite a este respecto otra (y prometo que última) cita literaria, a Eugenio D’Ors, el gran escritor catalán, le gustaba decir que uno es de donde ha hecho el bachillerato. Si eso fuera así, y además le añadimos la antigua escuela de párvulos y la enseñanza primaria, no cabe duda de que yo soy de Bilbao. Si bien esto, el ser bilbaíno, ya da sobrados motivos para presumir por ahí, debo decir que además soy de Deusto, una anteiglesia hoy devenida en barrio que siempre se ha asomado a la ría de Bilbao, que es el hilo conductor de estas palabras.

En el riverside deustoarra de mi infancia se hallaban los imponentes pabellones y los grandes diques de Euskalduna, la histórica compañía de construcción naval que fue uno de los mascarones de proa (nunca mejor dicho) de la industria vizcaína. La ría y los grandes barcos eran por entonces el medio de vida de muchas familias del barrio, cuyos días transcurrían inmersos en las imágenes y los sonidos propios de un gran astillero, un mundo que yo contemplaba y escuchaba la mayor parte del tiempo desde las distintas aulas de mi vida escolar en el benemérito colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, más conocido como La Salle de Deusto. En aquel universo peculiar, a menudo bajo la lluvia y los cielos plomizos tan característicos de nuestra ciudad, la construcción de los grandes barcos destinados a la marina mercante o al transporte marítimo de gas y petróleo discurría en paralelo a otras muchas escenas de la vida cotidiana en aquel gran cauce aún fluvial que marchaba hacia el mar convertido en un auténtico vertedero de los residuos contaminantes de todo tipo de industrias: las idas y venidas de un sinfín de pequeñas embarcaciones que, como las dragas y las gabarras, surcaban la ría a todas horas, la intensa actividad en los muelles donde se depositaban enormes contenedores con mercancías procedentes de lugares lejanos, los movimientos majestuosos y casi coreográficos de las gigantescas grúas que a los chavales se nos asemejaban a grandes pájaros sin alas y el incesante desplazamiento de una orilla a otra de los botes -popularmente conocidos como gasolinos– que se dedicaban al transporte de viajeros, tanto los vecinos de Deusto, La Ribera y Olabeaga como los propios trabajadores de Euskalduna. La banda sonora que aquel abigarrado quehacer, y de la vida misma de todo el barrio, la ponían las potentes sirenas que con puntualidad británica señalaban las horas de entrada y salida de los distintos turnos de trabajo y las no menos potentes que día y noche pedían permiso para la entrada de los grandes embarcaciones en el puerto. Además, la botadura de cada nuevo barco recién construido se convertía en una circunstancia excepcional, en un gran acontecimiento popular que concitaba en las orillas de la ría a buena parte de las familias de Deusto, que entre aplausos y vítores celebraban con entusiasmo el lento descenso del flamante coloso de los mares por la gran rampa de los diques hacia las aguas que iban a llevarlo hasta el mar. Otra de las imágenes de nuestra memoria infantil la constituyen nuestros juegos veraniegos, con fondo de barcos y grúas, en la cervecera situada enfrente de ellos, bajo los enormes y umbríos tilos que daban nombre al lugar, mientras nuestros padres y abuelos intentaban aliviarse de los rigores del ferragosto a base de pollo a l’ast y jarras de cerveza.

Años más tarde, entre la adolescencia y la primera juventud, convertido ya en un ciudadano del cinematógrafo con la idea de debutar algún día como director de películas, decidí que aquella ría deustoarra de mi niñez iba a constituir para mí un verdadero personaje de ficción. Con esta firme determinación, lo que hasta entonces había sido en mi conciencia una mirada simplemente natural de aquel maravilloso espacio urbano e industrial pasó a convertirse en una forma de ver nueva, intelectualmente elaborada con categorías artísticas y cargada de un montón de referencias cinematográficas y literarias, una visión -fuertemente subjetivizada ahora por mis nuevas inquietudes culturales- de lo que unos años antes fue una contemplación más superficial aunque llena de la fantasía y vitalidad de la infancia.

En la actualidad, no solo los antiguos espacios de los Astilleros Euskalduna y el canal de Deusto sino todo el corredor fluvial de la ría hasta su afluencia al mar -incluidos en este transcurso los terrenos que ocuparon en su día los Altos Hornos, el otro mascarón de proa de la industria de Bizkaia- se han convertido, por la casi completa ausencia en ellos de su anterior actividad industrial, en un escenario que, justamente por esa ausencia, sirve para explicar la historia de toda la comarca de la ría del Nervión.

Es cosa sabida que el cine, desde sus momentos inaugurales, mostró su fascinación por filmar el trepidante desarrollo de las grandes ciudades europeas y americanas, lo que tiene su razón de ser en el hecho mismo de que el arte de las imágenes en movimiento es un invento urbano, una nueva forma de diversión nacida en barracas de feria que ya en época de Lenin alcanzó a convertirse, como llegó a proclamar el gran revolucionario soviético, en el arte del siglo XX. En el caso de Bilbao y de su ría, las filmaciones sobre sus entornos urbanos fueron escasas durante toda la primera mitad del siglo, si bien las que se realizaron durante ese periodo han servido mal que bien para documentar visualmente un proceso de crecimiento y desarrollo que ya había empezado a ser consignado antes a través de la literatura (Unamuno, Blasco Ibáñez o Sánchez Mazas), la pintura (Arteta o Vázquez Díaz) y el periodismo (de nuevo Unamuno o Indalecio Prieto).

Esta casi completa ausencia de una tradición cinematográfica bilbaína ha tenido como consecuencia la inexistencia de un corpus de películas sobre la historia de la ría y las peripecias de su devenir en el tiempo. La más clara excepción en este panorama la representa el mediometraje documental Ría de Bilbao (Pedro Olea, 1965), una película muy ambiciosa y a su modo canónica que sirvió para retratar -entre la industria, el comercio, las formas de ocio e incluso los cabarets del antiguo barrio chino de la zona de San Francisco- la vida de los habitantes de ambas márgenes de la ría del Nervión. Desde finales de los 70 y a lo largo de los 80, cineastas como Juan Ortuoste, Javier Rebollo, Imanol Uribe, Gillo Pontecorvo, Juan Miñón, Enrique Urbizu o Daniel Calparsoro supieron captar, con una gran expresividad visual y una elocuente profundidad dramática, las grandes posibilidades cinematográficas de nuestros paisajes industriales en torno a la ría, particularmente como escenarios privilegiados para el thriller y el género policiaco.

En estos días, concluido el ciclo de Bilbao, la ría y su comarca como espacios urbanos industriales, la vertiginosa transformación urbanística que éstos han experimentado en los últimos treinta años -con el rutilante Museo Guggenheim como emblema de un nuevo ciclo histórico y de una decidida voluntad vanguardista e internacional en tantos aspectos- ha producido lo que podríamos llamar una nueva ría. La transición de uno a otro paisaje, de la vieja ría a la nueva, ha venido produciéndose de una forma progresiva pero inexorable, un proceso que va a conllevar de aquí a muy poco tiempo la desaparición de todo lo que fue, alrededor de nuestro cauce fluvial, el complejo sistema de referencias sociales, económicas y vitales de varias generaciones de vizcaínos.

El cine, tanto el nuestro como cualquiera que tome a Bilbao, la ría y su entorno como escenarios, va a seguir documentando nuestras venideras mutaciones y reencarnaciones urbanas. Lo que a mí me parece que está cambiando para siempre es el género de las películas que se ruedan ahora y las que se rodarán en los próximos años, en los que todo parece indicar que habremos pasado del adusto cine negro ambientado en fábricas abandonadas a la sofisticated comedy cuyos decorados naturales empiezan a ser los fulgurantes edificios construidos en Bilbao por las grandes estrellas de la arquitectura mundial.

Todo tan real (o tan irreal) como la vida misma, quién nos iba a decir a nosotros, a los niños del riverside deustoarra de los 60, lo que nos quedaba por ver.


Head Image: La Ría en Abandoibarra, Bilbao.

Article reference for citation:
Del Río Ernesto,“Impresiones e imágenes de Bilbao desde la ría” PORTUS: the online magazine of RETE, n.34, December 2017, Year XVII, Venice, RETE Publisher, ISSN 2282-5789, URL: https://portusonline.org/es/rete-y-portus-en-una-nueva-etapa/

error: Content is protected !!